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Monasterio de Veruela

Donde el tiempo se detuvo para escuchar al viento

Bajo la imponente silueta del Moncayo, nació en el siglo XII el primer monasterio cisterciense de Aragón. Los monjes que lo habitaron cimentaron su vida en dos pilares esenciales: orar y trabajar. Su llegada no solo trajo espiritualidad y cultura, también transformó la economía y la política de la región. Grandes conocedores del agua, aprovecharon el río Huecha para crear un ingenioso sistema de acequias, presas y molinos.

La construcción se inició en 1145. Al llegar, lo primero que sorprende es su muralla de un kilómetro que resguarda todo lo necesario para la vida monástica: agua, molino y huerto. Tras cruzarla, un paseo arbolado conduce hasta la iglesia, sobria en decoración pero monumental en tamaño, cuya construcción se prolongó durante 250 años.

La inspiración de Bécquer entre los muros de Veruela

El claustro gótico, con capiteles de motivos vegetales, invita al silencio y la contemplación. En su centro se alza el templete del lavabo, donde los monjes se purificaban antes de las comidas.
La sala capitular acogía las decisiones más trascendentales, y todavía hoy guarda tumbas bajo sus bóvedas de crucería. El refectorio, en cambio, era lugar de alimento espiritual y corporal: los monjes comían en silencio mientras escuchaban lecturas. En otras estancias copiaban manuscritos, se refugiaban del frío en el calefactorio o se entregaban al trabajo cotidiano.

La vida monástica se mantuvo en Veruela hasta 1835, cuando la Desamortización de Mendizábal lo dejó vacío. Desde entonces, se convirtió en un lugar romántico y sanador, refugio veraniego para quienes buscaban el aire puro del Moncayo. Entre ellos, en 1863, estuvo Gustavo Adolfo Bécquer, que halló aquí la inspiración para sus célebres Cartas desde mi celda.

Entre iglesias, fortalezas y plazas con encanto

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La provincia de Zaragoza guarda un valioso patrimonio en sus pueblos y comarcas: las murallas y colegiata de Daroca, el conjunto medieval de Sos del Rey Católico, las iglesias mudéjares de Calatayud y el impresionante castillo de Uncastillo son solo algunos ejemplos de la riqueza monumental que se integra con la vida tranquila y el encanto rural de Aragón.

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